Imagina que decides publicar un aviso en el diario ofreciendo tus servicios de transporte. Un día recibes una llamada de alguien que necesita trasladar un equipaje. Tú le preguntas la distancia de traslado y el tamaño de la carga; acuerdan la hora y lo fijas en tu agenda. Horas después llegas al lugar indicado y te encuentras con un hombre elegantemente vestido parado junto a una maleta. Te entrega la carga y te da las instrucciones para el lugar de destino. Te cancela el valor del viaje, además de una propina bastante importante. Comienzas el recorrido tranquilamente. Nunca se te pasa por la mente que pudiera ocurrir algo fuera de lo común. Llegas a la dirección indicada, es un galpón viejo. Llamas. Nadie contesta. Ves un poco de luz dentro del galpón y mientras vas entrando oyes una mezcla de voces. Al parecer es una discusión. Te acercas un poco más y te das cuenta que hay varios tipos vestidos con ropas oscuras interrogando a unas personas. Un hombre se encuentra atado de pies y manos con sangre en todo su cuerpo. Al lado suyo una mujer llorando, con sus ropas echas pedazos, sostenida por uno de los tipos de negro. Muy asustado te vuelves a donde estaba la maleta, revisas su contenido y ahora sí que te asustas al ver que lo que contiene es droga. Decides escapar. Sales muy despacio. Tomas tu vehículo y aceleras. Pasan los minutos y a medida que te alejas tu conciencia no te deja respirar. Intentas eliminar de tu mente lo ocurrido para que el olvido aliviane el hecho de que quizá no fuiste lo suficientemente valiente para ayudar a esas personas. Pero esa fue tu decisión y no hay vuelta atrás. Si realmente te ocurriera algo así ¿arriesgarías tu vida por salvar de esas personas? ¿Intentarías pagar lo que ese hombre debía? Quizá no lo harías. Pero hay alguien que si lo hizo, que arriesgo su vida por ti. Es más, entregó su vida para salvar la tuya. Ese alguien es Jesús el Señor.
Romanos 5:8 Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros.
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