viernes, 5 de agosto de 2011

La falta de perdón, un engaño del enemigo para mantenerlo encadenado


"Más bien, sed bondadosos y misericordiosos los unos con los otros, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo." 
Efesios 4:32


La práctica del perdón 

En el camino que lleva a la reconciliación hay un paso fundamental: el perdón. Es el sello que rubrica el final de una disputa y constituye el ingrediente más distintivo del cristiano en cualquier conflicto. El perdón está en el corazón mismo del Evangelio. Todo el mensaje cristiano gira alrededor del perdón de Dios a través de la cruz de Cristo y nos impele a nosotros, como discípulos suyos, a ofrecer o a suplicar perdón allí donde sea necesario. Fallar u obedecer en este punto viene a ser un test básico de nuestra madurez cristiana. 

La fuerza del perdón... 


Guardar rencor hacia quien nos ofendió se convierte en una carga difícil de soportar. Conforme pasa el tiempo, se torna más pesada. Nos roba la paz. Lleva a que nuestras acciones y pensamientos estén volcados hacia el ofensor. El resentimiento toma forma. Se convierte en una sombra que nos sigue a todas partes. El apóstol Pablo enfrentó una situación. Pese a sus desvelos por ayudar al prójimo y predicar la Palabra de Dios, alguien en particular se empeñaba en tornarle la vida imposible. Lo difamaba. Desconocía su autoridad. Cuestionaba su ministerio. ¿Qué hizo Pablo?¿Cuál fue su reacción?¿Qué camino tomó? Las respuestas a este y otros interrogantes, las hallamos en la segunda carta a los Corintios, capítulo dos, versículos del cinco al once. A partir de ese texto, podemos aprender varios principios de vida cristiana práctica.

 El rencor abre las puertas al mal... 

¿Quién gana cuando odiamos a alguien?¿El reino de Dios acaso?¿ por el contrario el mal? Por supuesto, guardar resentimiento y rencor sólo favorece al reino de las tinieblas como advierte el propio apóstol Pablo: “...para que satanás no gane ventaje alguna sobre vosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones”(versículo 11). Al perdonar, le cerramos las puertas a las tinieblas y a todas sus estratagemas. La decisión de asumir el perdón es tuya y nada más que tuya. Nadie puede obligarte. Es una decisión personal. Pero puedes estar seguro de que, si lo haces, serás liberado de una pesada carga que te impide crecer como Cristiano y como persona... ¡No te arrepentirás!¡Pídale al Señor Jesucristo esa fuerza que necesita para perdonar...! 

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